DÍEZ, JESÚS
Un ruido me hizo despertar y mirar por la ventanilla aquel bosque de robles. Hay más de una encrucijada en los caminos de hierro, y en ellos viajeros extraviados sin miedo a equivocarse. Seguí con los ojos el paso de las nubes viajeras. Dejé que el viento inflara las fatigas y mis ropas adheridas al pensamiento, sin importarme las distancias para llegar a la estación término. Antes que yo, otros habían abierto la puerta sin conocer el secreto del cerrojo oxidado, antes que yo treparon por la noche para esperarnos al alba. El ruido era el equipaje entrañable de un pasajero lejano y cercano a la vez, y que al volver a mirarme a los ojos me hizo llorar.