SANZ ESTEBAN, JAVIER
Se cuenta que en el siglo IX ocupó el trono de San Pedro una mujer, la conocida como Papisa Juana.
Y digo se cuenta porque no es más que otra leyenda urbana alimentada por el descubrimiento en el
Vaticano de un asiento con un agujero al que se le atribuyó la función de demostrar la masculinidad
del futuro Santo Padre. El Papa se habría sentado en ella mientras un cardenal comprobaba,
visualmente o palpando, la existencia de testículos, confirmándolo al grito de Duos habet et bene
pendentes (tiene dos y le cuelgan) para que ninguna otra mujer fuese nombrada Papa. Realmente,
aquel asiento no es otra cosa que la sedia stercoraria (la silla de los excrementos) donde los Papas
se sentaban... a leer el periódico. Además, nunca lo hacían en soledad, siempre iban acompañados
por un funcionario pontificio encargado de ayudarle. El primer Papa que se atrevió a ir solo al
excusado y proceder como el resto de los mortales fue Anastasio II.