ESTEBAN ORTEGA, JOAQUÍN
El surco es la expresión humana de la tierra. Su poder simbólico y metafórico no se agota en todo lo que implica la roturación de la fecundidad, de la supervivencia y de la esperanza; no se agota tampoco en la imagen de la perseverancia, la paciencia y el trabajo. El surco incluye también la hendidura, lo vacío, la grieta y la herida. Antes del fruto es preciso abrir hueco en el espacio y en el tiempo. Nuestras manos, nuestra disposición y nuestro cuidado, son el relleno creativo de ese mundo intermedio entre la tierra y el alma. Los surcos dormidos nos remiten a horizontes atravesados e infinitos de limitación que nos animan a suturarlo todo simbólicamente para la vida por mediación de un grito callado de creatividad. No obstante, en ocasiones, se expresan también inexorablemente como lo inabarcable: se nos presentan como la imposibilidad de cerrar esos horizontes permanentemente abiertos. La literatura y el arte siempre se han ofrecido como la más alta expresión para lidiar con estas imposibilidades de los surcos infinitos.